Comentario
IV. El mundo indÍgena descrito por VillagrÁ
Villagrá fue un hombre de acción y así lo demostró en su canto. Después del establecimiento de la colonia en el pueblo indio bautizado San Juan de los Caballeros, Oñate se dirigió al oeste para reconocer Acoma y los zuñi y que se sometieran a la obediencia al Rey.
El viaje de Oñate hacia Acoma se sabía en lo alto de la roca. Los espías queres habían contado a su consejo de guerra el poderío de sus armas pero su cacique Zutacapán arengaba a sus indios guerrero pidiendo:
O mueran tristemente miserables
Aquestos atrebidos que enderezçan
Sus mal seguros passos á nosotros.
Pero la opinión del indio guerrero contradijo la opinión de su hijo:
Llamado Zutancalpo, moço afable,
Que veinte años cumplidos no tenía,
Gracioso, gentilombre, y bien hablado,
Amigo de su Patria, y muy compuesto,
Y en cosas de importancia reportado.
Este joven, con la ayuda de un nuevo Néstor de América, quieren evitar la lucha:
... un noble viejo
Que ciento y veinte años alcançava,
Este por nombre Chumpo se llamava.
Ambos quieren aplacar a Zutacampo, pero el guerrero decide actuar por su cuenta y ordena en secreto a sus rebeldes:
Que al General sin replica ninguna
Dentro de aquella fuerça le matasen,
Dando entre todos traza que en entrando,
A cierta estufa luego le llevasen,
Y dentro doze barvaros secretos
Allí la vida juntos le quitasen.
Mientras estos planes se fraguan en secreto el general tiene ocasión de admirar Acoma:
Llegó el Governador con todo el campo,
Y admirado de ver la brava fuerça,
Grandeza, y fortaleza que mostravan,
Los poderosos muros lebantados,
Torreones, castillos espantosos,
Baluartes y braveza nunca vista,
Pasmado se quedó por un buen rato,
Mirando desde afuera las subidas,
Y bajadas, grimosas no pensadas.
El general ascendió a la cumbre por el peligroso camino de escaleras talladas en la roca y una vez allí recorrió el pueblo rodeado de sus hombres que en cada momento estaban precavidos. Abajo quedaba el resto del grupo y los caballos.
Zutacampo decidió poner en juego su plan e instó al general a que visitara la estufa o kiva ceremonial.
Y assi que llegaron á la estufa,
Alegre le rogó que dentro entrase.
Y visto el soterrano, y boca estrecha, el general decidió disimular su desconfianza y le dijo que primero debía alojar a su gente y luego le complacería en la visita. Zutacampo esperó paciente hasta que el general bajara al llano; pero una vez seguro Oñate, se disculpó nuevamente diciéndole:
Que por venir cansado y ser muy tarde,
Ya izo podría subir, que tiempo abría,
Para poder bolver á darle gusto.
Oñate, al disculparse, había salvado su vida pero el odio y, la venganza del cacique acomeño quedaba insatisfecha. La estufa referida en el poema, era la misma casilla en que hablaban al diablo de la narrativa de Espejo. Estas kivas estaban excavadas bajo tierra aunque no faltaban las adosadas, en semisótanos, a las casas. Así las describen las crónicas: Tienen entre quince ó veinte vecinos una estufa debajo de la tierra con gruesas vigas é techadas é alosadas todas que están tan hirviendo, que cuando hacen mayores frios, están ellos encueros ó sudan; aquí dentro destas estufas, los indios hilean algodón y tejen mantas, aunque dicen que rescatan parte de este algodón de la provincia de Mohose, que es tierra templada, que las mantas que ellos y ella traen es de pita y también curada que parece de angeo.
Estas kiva o estufas tenían como condición indispensable que fueran en parte subterránea para poder entrar en ella por una abetura cuadrada en su techo como escotillón de navio por el que salían los palos de una escalera de pino que bajaba a su interior. El orificio de la kiva se llama Si-Pa-Pu y representa el lugar de donde la vida emerge. Este orificio está en el suelo y según Mr. Mideleft pudiera representar el génesis de sus cuatro casas. Según su mito de origen, el orificio más bajo es el del creador, Myuinga. La segunda casa sería al ras del suelo de donde proviene la luz. La sección más elevada como una plataforma sería el tercer estado de procedencia de animales. Aquí se colocan fetiches de animales y aquí descansa la escalera de pino y por ella ascendieron, convertidos en humanos, los antecesores de los indios que salieron a la luz por el cuadrado abierto en el techo que representa el cuarto mundo.
En estas kivas los viejos hechiceros o curanderos de las crónicas se reunían para sus consejos y lo hacen hoy día usando todavía estas cámaras para iniciar a sus jóvenes en las tradiciones de su pasado. Y es aquí donde instalaban los telares donde los hombres y no las mujeres (terrible sorpresa para los españoles) tejían sus mantas.
El héroe de nuestro poema no había estado presente en los sucesos de Acoma, encargado por el general de perseguir y castigar a unos desertores. Cuando regresó al Real de San Juan vio que el general Oñate se le había adelantado. El impetuoso Villagrá, solo y sin escolta, acompañado de su briosa yegua y su fiel perro, se lanzó en su búsqueda con ánimo de darle enseguida alcance. Al llegar al Peñol de Acoma se detuvo buscando agua y comida, pero los indios se mostraron recelosos y le hicieron demasiadas preguntas. Sin desmontar siquiera, no esperó las provisiones y decidió continuar a marchas forzadas, siguiendo las huellas de su general. Aquella noche durmió en el campo y al despertar una nevada inesperada de la que nos habló Espejo había hecho desaparecer las huellas que le orientaban. Villagrá en su diestro caballo continuó la marcha por un camino que se estrechaba en un portillo de empalizada. Descuidado, guió a su caballo por este lugar y notó que bajo sus pies
La tierra que pisava, y que corría,
Abriendo una boca poderosa
Sentí que me sorbía y me tragava...
Villagrá y su caballo yacían conmocionados en una trampa cavada en la tierra por los indios acomenses. La trampa hecha para cazar animales o quizá para cazara los nuevos intrusos sirvió de fosa al noble caballo. Villagrá, recuperado, fue saliendo
Del horrible sepulcro temeroso
Que Zutacapan hecho me tenía,
para cogerme vivo si pudiese
y decidió alejarse del lugar para salvar la vida. Escondido en un risco dejó la cota y escarcela, el yelmo y la adarga, junto con el arcabuz, y se alejó con su espada y la daga distanciándose de Acoma.
Sabía que los indios eran expertos en seguir los rastros dejados por las huellas de hombres y animales y por lo tanto desplegando gran ingenio
Los zapatos bolví sin detenerme,
Poniendo los talones à las puntas.
En la narrativa de Villagutiérrez dice así: Abriéndolos por delante y poniendo los talones a las puntas de los pies. El ingenio de Villagrá ha sido imitado por los cuatreros y desesperados que robaban ganado en el Oeste americano.
Solo y perdido en el desierto sacrificó la vida de su único amigo el fiel perro que le acompañaba, para comer de su carne. Después del fatal acto se dio cuenta
Que fuego para assarlo me faltava.
Y con arrepentimiento y falto de fuerzas encaminó sus pasos hasta el Peñol encontrado por Espejo que marca su silueta acogedora en medio del desierto. Allí encontró la laguna de agua que hasta hoy día existe, en donde pudo saciar su sed. Por el suelo había abandonado trozos de mazorcas que otro ser humano había dejado. Villagrá, alentado con este refrigerio, decidió descansar sus pies hinchados y su ánimo frustrado. De repente oyó español y al otro lado del Peñol (El Morro) vio aparecer a unos compañeros de armas que llegaban
En busca de cavallos que perdidos
Andaban codiziosos de hallarlos.
Una salva de arcabuces atronó el aire para anunciar al resto del campamento su posición. Esta carga ahuyentó a los indios que la perseguían y permitió a Villagrá ser
Socorrido, amparado y remediado.
De este encuentro entre Villagrá y sus compañeros no nos queda ningún autógrafo en la roca lisa de El Morro. Sabemos que Oñate pasó por allí el 13 de diciembre de 1598, pero su famoso autógrafo no lo hizo hasta su segundo viaje en que recorrió tal camino para ir hasta el golfo de California, en abril de 1605.
Indios y españoles
Mientras Villagrá se recuperaba en el campamento del general, su maese de campo Juan de Zaldívar decidió recorrer el mismo camino de nuestro poeta-soldado para salir al encuentro del general. Mientras tanto, en Acoma las órdenes de Zutacapán habían prevalecido en su deseo de venganza al verse defraudado por dos veces en sus intentos. El odio se va a descargar en la figura de su tercer visitante: Juan de Zaldívar. Al aproximarse el maese de campo con una pequeña escolta, no sólo le recibieron bien sino que le invitaron a ascender el Peñol de Acoma y recibir allí abundantes provisiones con que Zaldívar pudiera abastecer al ejército. Dejando su campamento en el llano, ascendió la peligrosa rampa escalonada con 16 de sus camaradas. Las provisiones habían de ser traídas de diversos almacenes desperdigados por el pueblo. Sabemos que las primeras plantas de las casas-terrazas de los indios eran usadas como almacenes de sus cosechas. Seis soldados quedaron cerca de Juan de Zaldívar. Arriba, el cielo brillaba sobre la dura roca. La llanura quedaba abajo a unos cuarenta metros. La ocasión era propicia para la venganza. Los indios arengados por Zutacapan
Alborotados todos lebantaron
Un portento estruendo de alaridos
Juan de Zaldívar, que era consciente de que debería evitar la lucha, decidió retirarse; pero un capitán de su escolta, bravucón y desafiante, le reprochó lo que él juzgaba cobardía. El momento propicio pasó y la lucha se hizo inevitable.
Salió Zutacapán feroz diziendo,
Mueran, mueran á sangre y fuego, mueran,
Todos estos ladrones que han tenido,
Tan grande atrebimiento y desberguença,
Que sin ningún temor ni buen respecto,
Han querido pisar los altos muros
De aquesta illustre fuerça.
Con sus poderosas mazas o macanas incrustadas de guijarros cayeron sobre los españoles y les forzaron a replegarse al despeñadero donde muchos se lanzaron y
Muertos llegaron dando cien mil botes,
Por los más crudos riscos lebantados.
Zaldívar quedó solo ante Zutacapán: estaba dispuesto a vender cara su vida. El combate, como en todos los poemas épicos, se hace cuerpo a cuerpo entre los dos héroes de la historia, hasta que
Al fin con gran cuidado fue bajando,
De aquel Zutacapán la fuera maça
Con tan valiente fuerça que assentada
Sobre las altas sienes del Zaldívar,
Allí rendido le dexó entregado,
Al reposo mortal y largo sueño
Que á todos nos es fuerça durmamos.
Viendo los indios que Juan Zaldívar yacía sobre la roca, con una terrible algarabía se acercaron a descargar sus macanas sobre el cuerpo inerte de Zaldívar.
En la confusión, los cinco soldados que quedaban vivos
El valiente Zapata y Juan de Olague,
El gran León, y fuerte Cavanillas,
Y aquel Pedro Robledo, el animoso,
Se fueron a gran prisa retirando
Hasta llegar a un salto lebantado,
Da más de cien estados descubiertos,
De donde todos cinco se lançaron.
Estos españoles salvaron su vida, excepto Robledo que se mató en la caída. Los otros cuatro cayeron sobre un banco de arena y aunque conmocionados y maltrechos pudieron ser auxiliados por los soldados que guardaban los caballos. Divididos en pequeños grupos para prevenir emboscadas fueron tomando otras rutas hasta retirarse al Real de San Juan. Precavido, el general Oñate dio un gran rodeo para evitar su paso por Acoma.
La fuerza de los acomenses se extendió por la comarca. Sus mazas eran más ágiles y más peligrosas en su meseta que los pesados arcabuces que eran incapaces de ser cargados con premura y cuyos tiros necesitaban hacerse con distancia. Arriba en su roca su superioridad era indiscutible; abajo en la llanura los temibles caballos y las armas de fuego tenían superioridad. Su fortaleza, una vez más, era su protección y su ayuda.
Un serio problema se les presentaba a Oñate y a los españoles concentrados en San Juan: los indios no podían quedar sin castigo. De ser así, sus vecinos imitarían su ejemplo. Por otro lado, el castigo no podría fallar: la roca de Acoma tenía que ser conquistada. La superioridad de las armas españolas era la única posibilidad de establecer la colonia en terreno hostil. Oñate tenía a sus órdenes 200 soldados mientras que sólo en Acoma había más de 300 guerreros. Los indios navajos estaban dispuestos a ayudarles. Oñate tenía que dividir sus fuerzas pues no podía dejar sin protección familiar el Real de San Juan en donde vivían los colonos sin protección militar.
De acuerdo con las Leyes de Indias, el general no podía empezar una guerra hasta probar primero que la causa era justa. Esta prerrogativa estaba en manos de los padres misioneros. Oñate sabía que cada Adelantado de Su Majestad, después de servir su turno debería pasar por un juicio de Causa en que cada decisión podría ser juzgada. El canto XXV de Villagrá se dedica en su totalidad a explicar las razones aducidas para justificar la guerra justa contra Acoma. El general eligió a la persona más idónea para vengar la muerte del maese del campo: su hermano Vicente Zaldívar, el sargento mayor del ejército.
El general dio instrucciones a su sobrino para que conquistara con paz y evitara la guerra con los acomenses. Tales condiciones nunca podrían ser admitidas y ninguno ignoraba que la batalla era inminente. De acuerdo con el general, Vicente Zaldívar debería
Con muchas suzbidad allí llamase;
De paz aquella gente, pues avia,
Rendido la obedencia y entregasen,
Todos los movedores que causaron,
El passado motín...
También les mandaba que abandonaran la roca y que asentaran su pueblo en el llano en donde pudieran ser instruidos en la religión católica. Si los indios no cumplían esto, les aguardaba un castigo ejemplar.
Unos 70 soldados elegidos por su valor, entre ellos el misionero Alonso Martínez, se aprestaron a defender el honor de España y a vengar la muerte de sus camaradas bajo las órdenes del sargento mayor. Entre los elegidos para la empresa estaba también nuestro poeta-soldado. Oñate despidió a sus hombres exhortándoles a que recibiesen la comunión y que no olvidasen la caridad cristiana. Les previno contra los excesos de la venganza y les despidió consciente de que aquel 12 de enero de 1599 podría ser importantísimo para su gobierno.
No bien hubo salido el ejército de Zaldívar, cuando los rumores se hicieron sentir de que el Real había de ser atacado por los indios comarcanos. El general Oñate tenía la responsabilidad de proteger a los colonos y se aprestó a la defensa del pueblo distribuyendo a sus hombres por los distintos lugares accesibles del Real. Había pocos hombres capaces de luchar; pero como los heroínas de la Araucana
... doña Eufemia valerosa
Hizo seguro el campo con las damas,
Que en el Real avia, y fue diziendo,
Que si mandara el General bajasen
Que ellos defenderían todo el pueblo
Mas que si no, que solas las dexasen,
Si asegurar querían todo aquello.
El general quedó contento de ver en embras un valor de tanta estima y mandó que doña Eufemia se encargase de defender aquel barrio de la ciudad y así las damas con gallardo donaire passeavan los techos y terrados vigilando la proximidad de una emboscada.
En lo alto de la roca de Acoma los indios pueblos también hacían sus preparativos de guerra. En su kiva se habían reunido sus caciques para tomar acción.
Chumpo, el Néxtor de esta épica, dio su opinión:
Yo soy, de parecer que con recato
Si en el hecho quereis aseguraros
Que nuestros hijos todos y mugeres,
Salgan de aqueste fuerte, y nos quedemos,
No mas que los varones.
Pero Zutacapán, bravucón, quiso afear el miedo de los precavidos con la ayuda de su hechicero. En las experiencias pasadas, los espías de Acoma habían reportado que en las fiestas de sortijas y cañas los españoles usaron sus armas, pero en cambio no se mataban, por lo cual
Bien claro conozimos y entendimos
No ser sus armas mas que solo asombro
Y al fin todo alboroto, pues sus rayos,
Si assi quereis llamarlos, no hirieron
a ninguno de todos los que andavan,
En medio de sus truenos poderosos.
Los 70 hombres de Zaldívar se aproximaban por el camino de Zia. Llevaban provisiones sólo para dos semanas, obligándose así a acortar el tiempo necesario para la conquista de Acoma. Al ser divisados desde lo alto de la roca los indios dieron sus terribles alaridos de guerra mientras que el pequeño destacamento iba observando que la fortaleza tenía
dos grandes peñoles lebantados.
Mas de trescientos passos decididos
Los terribles assientos no domados
Y estaba un passaman de uno al otro,
De riscos tan sobervios que ygualavan,
Con los disformes cumbres nunca vistas,
Desde cuios assientos fue contando
Zatacapán la gente que venía...
Esta orografía de la roca se describe aquí por primera vez en las crónicas y coincide con la actual configuración de la meseta en que una gran área se une por un estrecho pasadizo a la meseta sur que está deshabitada. En este estrecho passaman de Villagrá hay grandes fisuras en las rocas erosionadas que cortan la superficie. Por lo tanto ni es ni era usado en la época de la conquista.
El canto XXVII y el canto XXVIII del poema se dedica a la descripción de los bailes ceremoniales que hicieron en Acoma para implorar la ayuda de sus dioses. Bailes que tienen todo el sabor de las danzas guerreras que hasta hoy usan los indios de Acoma. Llevaban la misma pintura en sus cuerpos desnudos, se ataviaban con las pieles y máscaras de sus animales sagrados, cuyo espíritu imploraban y bailaban con los mismos ritmos y contorsiones de hoy día. Así los describen los españoles en 1599.
Y assi salio bramando con su gente,
Qual jugando la maça y gruesso leño,
Qual la sobervia galga despedida,
Del lebantado risco, peñasco,
Qual tirava la piedra, qual la flecha,
Qual de pintados mantos se adornava,
Y de diversas pieles y pellicos,
Otros tambien alli se entretejian,
Entre cuias libreas se mostrava,
Vna grandiosa suma nunca vista,
De barvaras bizarras, muy hermosas,
Las partes bergonçosas enseñando,
A vuestros Castellanos, confiadas,
De la victoria cierta que esperaban,
Tambien entre varones y mugeres,
Andavan muchos barvaros desnudos,
Los torpes miembros todos descubiertos,
Tiznados, y embijados de unas rayas
Tan espantables, negras y grimosas,
Qual si demonios brauos del infierno,
Fueran don sus melenas desgrañados,
Y colas arrastrando, y unos cuernos,
Desmesurados, gruessos y crecidos,
Con cuios trajes todos sin verguença,
Saltaua como corços por los riscos,
Diziéndonos palabras bien infames.
Mientras los indios se preparaban a luchar invocando a los espíritus, los españoles preparaban su estrategia. Antes de salir el alba un grupo elegido de 12 soldados, entre los cuales iba nuestro capitán, debería esconderse entre las cuevas de la meseta sur, que estaba deshabitada. Lo difícil sería pasar a la meseta principal a través de los peligrosos pasadizos erosionados. Para ello deberían arrastrar un madero que sirviera de puente entre roca y roca. Al amanecer darían el grito de ¡Santiago! y se lanzarían todos los demás a ascender la roca por el camino más asequible. De esta manera los indios abandonarían sus puestos de la meseta sur y concentrarían su fuerza en rechazar a los españoles que ascendían a la meseta habitada.
Pero los indios habían elegido a un capitán de guerra extraordinario. Era Giocombo, el nuevo Caupolicán del oeste americano. Con prudencia y sagacidad preparó su táctica. Sus indios, escondidos también en las rocas, deberían dejar pasar a los españoles sin molestarlos y una vez arriba cortarían su retirada cogiéndoles entre dos fuegos.
Antes de la batalla fue también, como el héroe araucano a despedirse de su compañera Luzcoija, que no quería dejarle partir.
Que si vienes Señor para boluerte
Que el alma aqui me arranques, que no es justo,
Que viua yo sin ti tan sola vn hora,
Y assi la boz suspensa, colocando,
Aguardando respuesta fue diziendo,
El afligido baruaro señora,
Iuro por la belleza de essos ojos,
Que son descanso y lumbre de los mios,
Y por aquesos labios con que cubres,
Las orientales perlas regaladas,
Y por aquestas blandas manos bellas,
Que en tan dulze prision me tienen puesto,
Que ya no me es possible que me escuse,
De entrar en la batalla contra España,
Por cuia causa es fuerça que te alientes,
Y que tambien me esfuerçes, porque buelua,
Aquesta triste alma à sólo verte,
Que aunque es verdad que teme de perderte,
Firme esperança tiene de gozarte,
Y aunque mil vezes muera te prometo,
De boluer luego à verte y consolarte,
Y porque assi querido amor lo entiendas,
El alma y coraçon te dexo en prendas.
Era el día de san Vicente, onomástico del sargento mayor, y el padre Martínez ofreció el sacrificio de la santa misa por vez primera entre las rocas de Acoma. Todos los españoles habían comulgado (lo que fue el Viático para muchos), menos un soldado que, obstinado, no había aceptado la reconciliación religiosa38.
El padre les recordó:
Que aquese es el valor de Castellanos,
Vencer sin sangre y muerte, al que acometen...
La batalla había llegado a su momento decisivo. Mientras el ejército trepaba por el camino esperado, los doce valientes avanzaban en sus posiciones acercándose a los suyos. Para salvar las hendiduras de las rocas iban usando el tronco de árbol preparado. Ya habían salvado la primera zanja cuando fueron sorprendidos por los indios valientes de Giocombo. La retaguardia no pudo ayudar porque un soldado en su premura había arrastrado el árbol al otro lado de la segunda zanja. Los españoles sitiados pidieron a voces que pusieran el madero-puente entre las zanjas para ayudarles.
Oyendo pues aquesto retiréme,
Porque entendí Señor que à mi dezia,
Cosa de nueve passos, y qual Curcio
Casi desesperado fui embistiendo,
Aquella primer çanja, y el sargento
Pensando que pedazos me haría,
Assione del adarga, y si no suelta
Sin duda fuera aquel el postrer tiento,
Que diera a la fortuna yo en mi vida,
Mas por largarme presto fui alentando,
La fuerça de aquel salto de manera,
Que al fin salvè la çanja y el madero,
No libre de temor y de rezelo
Fui como mejor pude alli arrastrando,
Y puesto en el passage los dos puestos,
Passaron con presteza, allí los vuestros
(soldados del Rey Felipe II).
Villagrá con su impetuosidad e imprevisión acostumbrada se convirtió en el héroe de la jornada. Todavía hoy en lo alto de Acoma, los guías indios señalan el lugar del salto que, como el de Alvarado en México, ha pasado a la historia.
La lucha calle a calle, casa a casa, fue horrorosa. Ningún lado se daba por vencido. Los españoles pegaron fuego a la ciudad para ver si los indios queres se rendían. Hubo un intento de rendirse Zutacapán, pero al saber las condiciones que imponían los castellanos de Juan Zaldívar, el guerrero indio volvió a la lucha. Según Villagrá, la lucha duró tres días; los acomenses, como nuevos numantinos, prefirieron arrojarse a las llamas antes que entregarse al enemigo. Se mataron los unos a los otros y dejaron que el fuego consumiese la ciudad.
Giocombo es el primero que recuerda a sus hombres la promesa:
Firmes en la promesa que juramos,
Que à la felice muerte las gargantas
Las demos y entreguemos, pues no queda
Para nuestra salud mayor remedio.
La bravura de los indios y sus jefes, en especial Giocombo y Bempol, hace que Zaldívar quiera la paz. El viejo Chumpo es el único que la acepta
Echándole los braços el Sargento
En peso le tomó y con gran respecto,
Abraçado le tuvo por buen rato
Y después que con mucho amor le dixo,
Razones y palabras de consuelo...
Zaldívar pudo así encontrar los restos de su hermano que habían sido consumidos por el fuego en una gran pira a la que ofrecieron los indios sus plumas, mantas, pellicos, flechas y macanas en agradecimiento por haber obtenido la muerte del castellano.
En este lugar se levantó una cruz mientras que el poema dice que Zaldívar dijo:
¡Aquí fue Troia nobles caballeros!
La paz se hizo en Acoma. Estaba claro que había vencedores y vencidos. El orgullo indio no pudo comprenderlo. Por vez primera su roca había sido ocupada. Era necesario explicar la situación de alguna manera honrada. Entre ellos se corrió el rumor de que un ser sobrenatural, acompañado de una mujer, había venido en ayuda de los españoles.
El desconocido iba
En un blanco cavallo suelto, y tiene,
la barra larga, cana y bien poblada,
Con él buscaban a
Vna bella donzella tambien buscan,
Mas hermosa que el sol, y mas que el Cielo,
No pudiendo encontrarles entre los españoles y Zaldívar le respondió a Chumpo
Que son bueltos al Cielo, donde tienen
Del assiento su morada, y que no salen,
Si izo es à defendernos u ayudarnos...
Santiago sigue caminando en su caballo por la vía láctea de Nuevo México. En muchas iglesias, hoy día, le vemos todavía matando a moros (no indios) adornados de turbantes y de rojas capas. La Virgen María también tiene un culto muy extendido.
La paz de Acoma no podría traer amistad; el odio al invasor va a durar hasta la revuelta de todos los indios pueblos en 1690. Como presagio del futuro Villagrá cierra su poema con el heroico suicidio de dos jóvenes acomenses.
Ellos, al colgarse y morir antes que entregarse a la justicia española, increparon así a los soldados.
Soldados advertid que aquí colgados,
Destos rollizos troncos os dexamos,
Los miserables cuerpos por despojos,
De la victoria illustre que alcançastes,
De aquellos desdichados que podridos,
Estan sobre su sangre rebolcados,
Sepulcro que tomaron, porque quiso,
Assi fortuna infame persequimos,
Con mano poderosa y acabarnos,
Gustosos quedareis, que ya cerramos,
Las puertas al viuir, y nos partimos,
Y libres nuestras tierras os dexamos,
Dormid à sueño suelto, pues ninguno,
Boluio jamas con nueua del camino,
Incierto y trabajoso que lleuamos,
Mas de una cosa ciertos os hazemos,
Que si boluer podemos á vengarnos...
lo harían nuevamente.
Esta historia de Acoma sirvió de lección a todos los indios del valle del río Grande. La Superioridad de España fue reconocida y tolerada. Juan de Oñate trasladó su campamento a San Gabriel en 1601. Ocho años más tarde fundaría su capital Santa Fe. Estos pueblos, en contacto directo con los españoles, se hispanizaron rápidamente; los que estaban más lejos toleraron la presencia de España, porque la incumbencia en su vida y negocios no se hizo sentir y, por lo tanto, mantuvieron sus costumbres vivas a través de la dominación hispana y anglosajona. En un aspecto, sin embargo, España insistió en civilizarles, y lo hizo a través del sistema misional que los franciscanos extendieron aún a los más remotos puntos de Nuevo México. La misión era la agencia del gobierno español más efectiva en la frontera del Norte. Gracias a esta campaña misional y no de exterminio, el historiador Bolton39 cree que los indios conquistados por España aún existen. En otros lugares de América han sido exterminados o desaparecidos.
En las leyes españolas se ve bien claro que España trató de convertir, proteger, civilizar y explotar a los nativos. Cuando el sistema de encomienda se desacreditó por sus abusos, el sistema misional le sustituyó. El misionero se convirtió en agente del Rey y de la Iglesia.
A pesar de lo separada que quedaba Acoma del centro de influencia hispana, allí llegó enseguida su misionero que construyó su iglesia y su escuela. El misionero se convirtió así en diplomático, arquitecto, maestro y relator de las necesidades de la colonia ante el virrey.
Los conquistadores fueron en muchos casos soldados brillantes, pero su historia sería incompleta si no hubieran llevado a su lado al misionero que con su hábito pardo franciscano fue la figura más conocida por el indio. El se quedó allí cuando los soldados terminaron la conquista. Para ellos, la conquista de almas duraría toda su vida40.
Aunque numerosos libros publicados en los Estados Unidos nos hablen y exageren los horrores de la conquista, la lucha entre los franciscanos, sus métodos opresivos, etc., hay que reconocer que ante las enormes dificultades de números y distancia sólo quedaban dos alternativas: la completa aniquilación de la raza aborígena o su incorporación gradual y absorción en la coherente cultura de la nación conquistadora que se creía estar más civilizada,
En las leyes de indias y en el testamento de Isabel la Católica en 1504 se dieron instrucciones para que se enseñara a los indios y se les educase como ciudadanos de España. Las primeras escuelas empezaron a funcionar en 1550.
Los misioneros de Acoma fueron sucediéndose con los años. El primero fue fray Andrés Corchado. Le siguió el célebre historiador y misionero Zárate Salmerón que nos dio noticia de la Kiva de Acoma y comenta sus pinturas. Más tarde, Acoma aparece en el Memorial de otro franciscano, Benavides. El famoso misionero elogia a los acomenses como buenos discípulos en el arte de música, escritura y lectura, al igual que en otros oficios. El nuevo padre misionero de Acoma fue el célebre padre Ramírez. Sabemos por el autógrafo que el gobernador Silva escribió en El Morro que él fue encargado de escoltar a los padres a su nueva misión. En la inscripción se lee:
Aquí llego el Señor y Gobernador
Don Francisco Manuel de Silva Nieto
Que lo imposible tiene ya subjeto
Su brazo indubitable y su valor
Con los carros del Rey Nuestro Señor
Cosa que solo el paso en este efecto
De Agosto (5) mil seiscientos Veinte Nueve
Que se Bien a Zuñi pasa y la Fe lleve.
Según la tradición, cuando el padre Ramírez llegó a Acoma, no le acompañaba el gobernador Silva Nieto, sino que ascendió por la peligrosa subida, hecha en la roca, acompañado sólo de su cruz y su breviario. Un aluvión de piedras y flechas fueron tiradas contra él. Ninguna le alcanzó; es más, en la confusión cayó por el precipicio una niña india a quien el padre auxilió y devolvió a los brazos de su madre. Este milagro abrió el camino del padre en los corazones indios. Aunque la historia no confirma esta milagrosa entrada, sí sabemos que el padre Ramírez se ganó la confianza y el respeto de sus acomenses hasta hacerles construir una gran iglesia, con su convento y su escuela, que aún hoy se levanta imponente y airosa sobre la dura roca de Acoma.
Los indios de Acoma no tenían tierra para hacer el adobe, no tenían madera para sus vigas ni campo donde excavar su cementerio. Sin embargo, el padre Ramírez construyó el camino del padre por donde burros cargados de tierra para la construcción pudieran transportar desde la llanura todo lo necesario.
La iglesia de Acoma
Este monumento a la fe de los indios de Acoma que aún hoy podemos visitar debió ser construido entre 1629 a 1640. La puerta de la iglesia es una auténtica muestra del estilo español del siglo XVII en territorio americano. La nave principal tiene 55 metros de longitud. En el centro del altar mayor, en la pared, hay un nicho de su santo patrón san Esteban41 que se saca en procesión el día 2 de septiembre de cada año. Hay también una piel de búfalo con una pintura de san Esteban del siglo XVII. Hoy como ayer carece de bancos pues los indios se sentaban sobre sus mantas en el suelo. A la izquierda hay un cuadro en lienzo pintado con la imagen de san José. Cerca de la misión hay un famoso cementerio que impresiona más si recordamos que está hecho sobre la dura roca. Los neófitos levantaron un muro de contención de unos veinte metros de alto en un extremo de la meseta, cerrando una gran cuadrado. Llenaron este cuadrado de tierra, esportilla a esportilla, hasta ocupar una superficie de 200 metros cuadrados. Allí pudieron enterrar a sus muertos siguiendo los usos prescritos por los misioneros.
Uno de los sucesos más peculiares ocurridos en esta misión de Acoma fue un juicio entre el pueblo de Acoma y el de Laguna situado a 20 kilómetros al sur42. El objeto en disputa fue el cuadro de san José que cuelga del muro izquierdo de la misión. Este cuadro fue traído por el padre Ramírez con las campanas y se cree que fue regalo del rey Carlos II de España. En 1852, Acoma, llevó a juicio a Laguna acusándole de haberle robado la pintura de san José. En tiempo de sequía, pestilencia o ataque de apaches o navajos, san José ayudó al pueblo de Acoma y a él debían su prosperidad y salud. El pueblo vecino de Laguna padecía epidemias y sequías. Una delegación de sus principales rogó a los de Acoma el préstamo del cuadro durante un mes. Pasó el tiempo acordado y los de Laguna no lo devolvieron. En los anales impresos por el juzgado de Nuevo México43 se dice que Laguna tomó prestado dicho cuadro de los pueblo de Acoma con el propósito de celebrar la semana santa... hicieron una reclamación legal del mismo y se negaron a devolverlo. El cura párroco actuando por el pueblo decidió echar a suertes la posesión del cuadro recayendo éste en Acoma, por lo cual como demandantes creíamos que Dios y los santos habían decidido que el mencionado cuadro debía pertenecer a los pueblo de Acoma.
Pero el pueblo de Laguna no aceptó esta decisión y regresó armado y amenazando con romper la puerta de la iglesia si no le devolvían el cuadro. Para evitar la guerra se lo concedieron y llevaron el caso a los tribunales. Durante el interrogatorio de los testigos los de Laguna aseguraron que, según sus ancianos, el cuadro de san José les había sido regalado por un obispo y que fueron los de Acoma quienes lo habían robado, por eso no aceptaron la suerte y decidieron tormarlo y reclamarlo como suyo, aunque tuvieran que pleitear. Para entender la religiosidad de los acomenses, nada mejor que transcribir un testimonio de este proceso: Los primeros conquistadores regalaron el santo al pueblo de Acoma, y tiene mucho valor para ellos; es el santo patrón de Acoma y no puede ser sustituido por otro, y él (el testigo) cree que para estar a bien con Dios es necesario tener a san José en Acoma.
Otro testigo asegura que el cuadro lo regalo el rey Vicente en la época de la Segunda Conquista. De ser verdad se referirá a Vargas el reconquistador de Nuevo México, 1696. Como hemos podido leer, el juicio favoreció a Acoma y todavía cuelga de sus muros macizos en la famosa iglesia que ha servido de modelo para toda la arquitectura misional del suroeste.
La vida de la colonia seguía su curso hasta que los indios pueblos instigados por su hechicero Popé de Taos se unieron en la revuelta de 1680. Los indios de Acoma, aunque lejos del centro de la acción, tomaron parte en la secreta venganza en que murieron 400 españoles, entre ellos 23 sacerdotes. En Acoma mataron a su misionero, el padre Maldonado, y quemaron todas las insignias de su cristiandad44. Sin embargo, su iglesia debió de quedar preservada pues aún está en pie. Una vez que los españoles fueron expulsados del territorio, la unión de los indios pueblo se rompió. Popé se convirtió en un déspota, muchos pueblos fueron arrasados por guerras y sequías, otros desaparecieron y se ubicaron en otros lugares. Dieciséis años más tarde, Diego de Vargas reconquistó Nuevo México y volvió a visitar a los queres de Acoma para tomar posesión de la tierra en nombre del Rey, ceremonia realizada por su predecesor Oñate cien años antes. En su visita a Acoma el conquistador sirvió de padrino del hijo de su cacique Mateo, un indio culto que hablaba español. El bautismo se celebró en la iglesia de San Esteban que Vargas describió como imponente con sus muros macizos de casi medio metro de espesor.
Aunque en la primavera y verano de 1696 hubo otro intento de revuelta y los indios zuñi, moqui (hopi), así como los de Acoma, ayudados por los apaches, se trasladaron al pueblo de Chimayo, en el camino de Santa Fe, la crecida del río impidió el ataque a la capital. Los indios de Acoma regresaron a su roca y aunque nunca fueron totalmente sometidos a Vargas e impidieron su entrada, lo remoto de su situación geográfica con respecto a la capital les hizo quedar al margen de la hispanización y ser tratados con más tolerancia. Sin embargo, oficialmente, se sometieron de paz al gobernador Cubero en 1699.
Ayer y hoy en Acoma
En ningún lugar se podría entender mejor la cultura pueblo con su armonía y la vitalidad que los indios dan a todo lo que les rodea que en una visita a Acoma, a sus casas edificadas en lo alto de la roca que forman parte de su misma naturaleza. Hace cinco siglos que los españoles les vieron igual que los vemos hoy y al igual que entonces el pueblo se ha resistido al proceso americano de sus nuevos conquistadores. Su cultura les pertenece a ellos. Aceptaron de España lo que les convenía y lo mismo hacen del gobierno de Washington. Una visita al pueblo nos hace ver lo conscientes que son de su pasado. El camino por el que subió Zaldívar lo llaman el camino del muerto; el que construyó el padre Ramírez, el del padre; la grieta entre sus rocas, el salto de Villagrá. Desde lo alto de su meseta uno parece estar colgado entre el cielo y la tierra.
Sus casas aun hoy día conservan los cristales de mica en algunas ventanas hechas en la época hispana. Aquí y allá los hornos en forma de colmenas nos avisan lo práctico que aceptaron de España, porque en las crónicas leemos que eran famosas sus tortillas de maíz que Luxan elogia: el pan de arina de maiz (lo hacían) con mucha curiosidad.
Luxán los describe como gente trabajadora que siembra y coge mucho maíz; también es gente limpia y aseada e no hieden como otras Naciones.
a) Las moliendas
La descripción de los indios pueblo hecha por Luxán tiene plena vigencia hoy: Las casas son de barro puesto a mano a manera de tapias de media vara de ancho, pequeños sus altos y bajos y tiene sus recamaras. Suben a lo alto en escaleras levadizas y mandanse los bajos por los altos, y tienen grandes sótanos, y e los bajos tienen sus trolas y despensas, y cocinas, é la una banda dellas, tiene sus molinos, en que muelen el maiz como para hacer sus tortillas muelen el maiz crudo e tostado a amasanlo con agua caliente, e hacen muy lindas tortillas. Los molinos están de esta manera, están conforme la posibilidad de la casa cuatro o cinco, hasta ocho molinos juntos, son una vara en largo y de dos tercias en ancho, en el piedras encaladas edificados en el propio suelo, que está bajo como metates y de un palmo de alto de cerca, y en medio una piedra picada como de metate hasta media vara de largo é una tercia en ancho y con otra piedra muelen.
La piedra picada del manuscrito de Luxán se refiere a piedra volcánica de color grisáceo de la que se hacían las manos de las moliendas. Al mismo tiempo que las mujeres molían, una música de flauta las acompañaba. Esta descripción es muy cercana a la de los antropólogos que estudian las costumbres indias de hoy día: la misma música acompaña su faena.
b) La vestimenta
Luxán, al igual que Castañeda y otros escritores, describió el vestuario indio. Según Luxán, para los queres el hábito dellos, es unas mantas como de paño de manos, tapadas sus verguenzas, y otras mantas como tilmas enbijadas, y sus zapatos de cuero a manera de botines, y las indias traen una manta por sima de el hombro y con una cinta atada por la cintura y los cabellos cortados por la frente y las demas trenzados, que vienen á hacer dos cuernos, y encima una manta de pluma de gallinas, y cierto es feo traje. Hoy día conservan ese mismo traje en las ceremonias. El juicio de Luxán es muy honrado, llama feo el traje, pero dice que fueron los queres tan dadivosos que tuvieron que devolver las tortillas al pueblo por no poder comer tanto...
Los acomenses tiene muchas costumbres que se asemejan a la vida de los pueblos españoles. Coronado observaba cómo las indias iban y venían de la fuente llevando sus tinajas sobre su cabeza, para lo cual tenían un rollo en lo alto de la cabeza con el que los sujetaban balanceándolas por las pendientes de la roca con gran soltura. También Castañeda nos dice que eran monógamos y que tenían sacerdotes que les dieron sermones, a quien ellos llaman "pa-pas" (hermano mayor). Los curanderos iban por el pueblo pregonando a la salida del sol mientras el pueblo los escuchaban en silencio y añade: les dicen como han de vivir y creo que las leyes que han de obedecer, pues no hay borrachos, no hay sodomitas, no hay sacrificios, sino sólo trabajan45. Y Villagrá nos añade: la gente es llana y apacible de buenos rostros, bien proporcionado, rebueltos, puestos, sueltos y alentados, no mancos, no tallidos, no contraechos.
Las capas de plumas con que iban vestidos de acuerdo con los españoles se han abandonado ahora, siendo sustituidas por mantas de lana, que el ganado lanar importado por los misioneros hizo posible tejer. Ellos sabían ya tejer, según Jaramillo, pellones de plumas que las tuercen acompañando la pluma con unos hilos, y despues las hacen à manera de tegido raro con que hacen las mantas. Villagrá dice que las mujeres traían mantas puestas al ombro a manera de gitanas. Y algo que habría de ofender mucho a los españoles era notar que eran los indios los que tejían, mientras que las mujeres eran las que hacían el adobe y lo extendían sobre los muros de las casas.
Hoy también, como en los pueblos de España, las mujeres blanquean el adobe de sus casas antes del 2 de septiembre, la fiesta de san Esteban, la fiesta de Acoma. También hoy sus casas tienen la apariencia descrita por los españoles. Han añadido puertas con visagras y ventanas. Todavía ascienden al segundo piso por sus escaleras móviles, y las ristras de ajos, pimientos y calabazas cuelgan en las puertas de la casa, unida al maíz indio de colores que siguen usando para sustento y para ceremonial religioso. Fray Francisco Atanasio Domínguez46 dice de los pueblos del Oeste, que son vien apersonados, visten decentemente, nada viciosos, tienen obediencia a cacique y capitanes; en una palabra, solo ser Cristianos les falta...
c) La Religión de ayer y hoy en Acoma
Y cristianos los indios queres también lo son. Lo que pasa es que la religión cristiana se ha fundido tanto con la religión pagana que hoy ambas están confundidas y amalgamadas. Para saber realmente la religión original tenemos que volver a las crónicas y a los diarios o informes de los misioneros franciscanos.
Los arqueólogos nos dicen que hubo mucha más unión entre todos los pueblos cuando todos sus pueblos estuvieron habitados. Su cultura sería más uniforme. Cuando cientos de pueblos fueron abandonados antes de la llegada de los españoles, el aislamiento de los pueblos les hizo desarrollar nuevas lenguas y nuevas ceremonias.
La costumbre ceremonial de los pueblos tiende más a ser colectiva que aislada. Por eso la danza del pueblo es una ceremonia que fue tan sagrada en sus ritos como hoy lo es en honor de sus cantos cristianos.
Los pueblos que basan su economía en la agricultura tienden a desarrollar ceremonias de tipo popular en que la participación de la comunidad es necesaria. Los pueblos cazadores necesitan por el contrario participación personal. La razón por la que los pueblos desarrollaron una religión ceremonial puede estar influida por las costumbres de trabajo que eran colectivas, tales como la siembra, la irrigación de los campos o la cosecha. Al mismo tiempo el pueblo debería participar en las oraciones para el bien común; las rogativas para obtener lluvia o sol, abundancia de maíz y éxito en las guerras. Estas tres demandas no podían beneficiar a un solo hombre sino a la comunidad del pueblo. Como el sistema religioso debe mantener la abundancia de la cosecha, su ceremonial tiene que estar unido al maíz, su producto básico, y la siempre necesaria lluvia. Este ceremonial era y es muy elaborado, necesitando mucho ritual. Durante las ceremonias se usaron muchas plegarias de palo, muchas aspersiones de harina usada como el agua bendita de los cristianos. Ambos ritos simbólicamente son ofrendas a sus dioses. La religión de los queres, al igual que su arquitectura, indumentaria y sistema social ha sido relativamente poco afectado a través de los siglos. Sólo hay una superposición de ritos cristianos unidos a los antiguos que conocemos a través de las crónicas.
La necesidad de mantener este ritual exige que un jefe lo aprenda y recuerte. Cuando él se retira ha de enseñarlo a su sucesor. Esto crea un poder sagrado en la persona elegida, no por su magia visionaria, sino por memorizar la fórmula que producirá el milagro. Su participación es, por lo tanto, esencial. De aquí la autoridad de sus caciques. Lo más importante es mantener cada fase de la faena agrícola en constante espíritu con sus dioses. A intervalos necesarios se celebran danzas en que todo el pueblo participa más o menos activamente. Celebran el ciclo del maíz; desde que lo plantan, hasta que crece, hasta que se cosecha. Entre estos pueblos agricultores, el maíz ha sido diferenciado y personalizado, obteniendo casi la altura de la divinidad: la madre mazorca de los queres.
Una de las personificaciones más frecuentes de sus ritos son sus oraciones con plumas que simbolizan el espíritu de las nubes. Se hicieron tan populares que usaron plumas para paz, para guerra y para obtener las nubes de lluvia. El padre Sahagún nos dijo que entre los aztecas las plumas también significaban la luz pálida del amanecer.
Otro rito ceremonial sería la personificación de las nubes hecha a través de aspersiones de lluvia de harina sagrada o de danzas e enmascarados. También los animales con su poder podían retransmitirlo a través de sus pieles a los indios que las vestían. Los queres usan pieles de osos e incluso imitan sus zarpazos en sus danzas. Sólo tenemos que recordar la danza guerrera que los de Acoma celebraron sobre la roca antes de la batalla con Zaldívar. Leer en los versos de Villagrá sus gestos e indumentarias, las pinturas de sus cuerpos desnudos, etc., es ver una de estas danzas hoy en las plazas de Acoma. El cacique guerrero es al mismo tiempo el que se encarga de las oraciones por las cosechas y de recoger el grano que guarda en su casa para alimentar al espíritu de su kachinas que traen la lluvia.
Aun antes de la guerra con Acoma tenemos noticia en las crónicas de que los españoles vieron a un indio con orejas de media vara de largo, el ozico por extremo orrible, la cola que casi le arrastraba, bestico con un pellico muy ajustado y zeñido al cuerpo, manchado todo de sangre, con su arco en la mano y carcax de flechas al ombro. Se acercó a los españoles dando saltos y haciendo cocos en un lado y a otro. Los españoles que lo creían de broma le quitaron la máscara y quedó corrido, triste y avergonzado, rogándoles que le devolvieran la máscara como si ello fuera parte de su equipo47. Quizá por vez primera uno de sus Payasos Sagrados, tan importante hoy día en sus danzas fue descrito en la historia. Estas danzas con máscaras son el ejemplo más cercano de arte dramático de un pueblo que trata de representar sus ideas por medio de símbolos.
El simbolismo representativo juega una parte muy importante en la religión de los queres. Uno de los símbolos más sagrados es el número cuatro. Cuatro eran sus mundos infraterrenales, y los puntos cardinales de sus cruces en que el viento traía el cambio de temperatura de las cuatro estaciones. Había cuatro creaciones de vida. Se celebran cuatro fiestas al año en el pueblo. Se reza cuatro veces al día. Después de nacer un niño la madre pemanece recluida por cuatro días. Al bautizar al niño se tiran al aire cuatro flechas en dirección de los cuatro puntos cardinales. Al morir se deposita comida en la tumba por cuatro días. Se guarda el luto por cuatro días, cuatro meses o cuatro años. El símbolo más conocido fueron sus palillos cruzados que significaba el mágico número cuatro.
Los franciscanos, al querer entender la mente india, quedaron sorprendidos de su parecido con la cruz, y la asociaron a sus ritos para que entendieran el nuevo mensaje.
Castañeda nos dijo que cerca de Acoma (Acuco) había una cruz de dos palmos, tan grande como un dedo hecha de madera con un madero cruzado cruzándola y muchos palillos decorados con pluma alrededor y flores secas. Observa otra de dos palillos atados con hilo de algodón y nota que están colocados cerca de un manantial por lo que ve claro que adoran al agua, aunque comenta extrañado que debieron tener alguna idea cristiana, quizá camino de la India de donde provienen...
Hoy día sabemos que los indios hacen estos palillos con toda clase de reglas, cada pluma significa una petición; se regula cómo y por dónde doblar la cuerda de yuca que siguen usando a la manera de sus antepasados48.
Espejo, al ver estas cruces, dice que al igual que los españoles, los indios tienen cruces en sus caminos, ellos tienen en medio de un pueblo a otro, en medio del camino, unos cruizillos à manera de humilladeros hechos de piedra, donde ponen palos pintados y plumas, diciendo, va allí à reposar el demonio y à hablar con ellos.
Escalente los llama ídolos de palos pintados. En el Memorial de Benavides se habla de una flecha con plumas de colores en lugar de punto que tiraban en señal de paz. Al fumar echaban el humo en las cuatro direcciones del viento. En la relación anónima49 de los indios pueblos se dice: ofrecen unos palillos pintados e plumas e pollos amarillos de flores, y es lo más ordinario en las fuentes.
El agua como elemento vital en un pueblo agricultor exige una serie complicada de ritos. En uno de los bailes o mitotes de los que nos hablan las crónicas de Acoma usaban serpientes vivas. Las serpientes al salir de la tierra al igual que sus antepasados y al contorsionar su cuerpo imitando el rayo se identifica con el símbolo del agua. Lagos, arroyos, serpientes están en alguna manera identificados con el Si-pa-pu o el lugar de salida de los espíritus del mundo subterráneo. El agua es el camino más directo de comunicación con el dios de la fertilidad, cuyo símbolo sería el rayo-trueno que atrae la lluvia50.
No hay ceremonia hoy día en que las plegarias de palo no se usen. Se pueden ver enterradas en el campo; escondidas entre arbustos; sumergidas en arroyos, en lagos, en canales; en lo alto de las montañas o en las casas o kivas. Es como una introducción, dicen los queres, al mundo de ultratumba51. Diferentes pigmentos de malaquita, cobre, carbón, óxido de magnesio, calcio, hematita y agua formaban los colores con que los pintaban, asociados con diversos símbolos.
Otro de los símbolos más usados por los pueblos y en particular los queres fue la lluvia de harina con que bautizaron a los españoles desde su primer encuentro. Al capitán Alvarado al visitar Acoma por vez primera le cortan el paso con una línea hecha de harina de maíz. Sabemos que Estebanico encontró su muerte por cruzar dicha línea en Hawikuh (Zuñi). Luxán dice que para recibirles bien les salpicaron con harina de maíz por donde habíamos de pasar, para que la pisásemos. Marcaron con ella un camino y la derramaron sobre ellos y los caballos hasta cubrirles como payasos en Carnaval. Este pinole del que hablan las crónicas se uso liberalmente sobre las cruces que levantaron los cristianos. Las aspersiones de harina generalmente se hacen con la mano, sobre la cual se sopla antes de echarla. Para los queres la vida es un camino marcado por líneas de harina. Se hacen con ella círculos o cuadrados, en donde han de mantenerse las serpientes, o un camino para que viajen sus espíritus, hoy día, ¡sus santos! Para prevenir cualquier intrusión extraña, se cierran los senderos de los pueblos con esta raya sagrada.
Nada más asombroso para la mente de un cristiano que ver cómo los indios usan igualmente aspersiones de agua, lavados de cabeza parecido a un bautismo y ayunos preparatorios para cualquier fiesta. Ellos también creen que esta purificación les redime del pecado.
Los indios captaron muchos de los conceptos cristianos a través de su propia religión. Asimilaron los que más se les parecía y aceptaron las procesiones de los santos, el bautismo y las fiestas que más se asociaban con las suyas. En Acoma se celebran cuatro fiestas: el día de san Esteban, el día de las Animas, el solsticio de invierno que coincide con la Navidad y la fiesta de san Juan (24 de junio), que coincide con el solsticio de verano.
En la fiesta de san Esteban las procesiones recorren el pueblo a la manera cristiana, pero en la plaza mayor hay una danza con carácter de representación dramática, al mismo tiempo que se hacen danzas típicamente paganas. En la fiesta de las Animas unos diez jóvenes van por las calles llamando a oración a la caída de la tarde. Van tocando una campana y diciendo oremos. Se lleva comida al cementerio vigilado por el cacique guerrero. La oración que rezan está basada fonéticamente en el español enseñado por los padres52.
La fiesta de Navidades se llama la fiesta del re, y va precedida de una danza guerrera después de grandes purificaciones en las kivas. Las campanas llaman cada mañana desde el 16 de diciembre la sextana hasta el día 22 y desde ese día hasta el 30 hay danzas e intercambios de regalos. En Navidades hay la danza Comanche en la iglesia al pie del altar revestidos con los trajes descritos en las narrativas.
Cuando los indios de Acoma se sintieron incapaces de luchar contra España, aceptaron sus fórmulas, asimilaron aspectos de su religión pero siguieron conservando sus ritos antiguos provocando este complejo ritual que llamamos ceremonial de Acoma. Este ceremonial que está siendo estudiado por los etnólogos americanos está basado en sus tradiciones prehispánicas y para encontrar la aculturación de sus ceremonias, es necesario leer las crónicas de la época. Con su locuacidad característica, los españoles nos dejaron la descripción de sus pueblos, sus costumbres, su indumentaria. Un viaje a los queres, una visita a Acoma en Nuevo México, tiene que ir acompañada de las crónicas. Son las mejores guías turísticas que poseemos, pues sin perder autenticidad, tienen el encanto especial de señalar lo pintoresco. El ayer y el hoy perdura entre los pueblos: unos indios que subsisten en la encrucijada del tiempo, de las tradiciones y de la historia.